Total Pageviews

Sunday, May 27, 2012

Renny Ottolina, animador: El número uno... Rhona Ottolina, Politólogo



     Estoy en casa de mi mamá de regreso de una entrevista y suena el timbre de la puerta principal; es Rhona. Con los ojos brillantes me dice: -¡vamos a hacerlo ya! Nos damos los abrazos y besos correspondientes y la hago pasar. Ella mira a su alrededor, -¡de verdad que esta casa es bella!, se ve vivida, dice. Pasamos a la terraza amplia con vista al jardín hermoso de mamá. Se queda contemplando una jaula de periquitos, y me mira con angustia en sus ojos enormes:-dame un trago prima, yo no tomo, pero sin un trago no puedo hablar de mi papá.
     Yo tuve bastante trato con Renny. Rhona y yo no solamente nos conocemos, somos primas lejanas, y nos hemos considerado familia desde siempre, nos queremos de siempre, por lo tanto, comprendo su sentir. Ella estaciona su silla de cara al jardín, y quiere contemplar la tarde. Yo corro a buscar los tragos.
     Traigo una botella de whisky y dos vasos. Yo tampoco tomo, pero este preambulo me indica que yo también lo voy a necesitar. Sirvo los dos con pepsi, y chocamos los vasos.

¿Un aroma particular que te lo recuerde?
     Mira chica, yo me acuerdo que mi papá salía del baño, salía de su cuarto, y la casa olía toda a ese olor... ahora, me matas y no me acuerdo del nombre de la colonia. ¡Sabes, me acordé!, creo que era Aramís, que estaba de moda en esa época. Estoy hablando de hace muchos años; pero era, bueno, su aroma particular, todo sabroso y rozagante, ¡olía sabroso! Pero había otro aroma... un aroma familiar ese aroma del cual está impregnada la almohada, del cual está impregnado el cuarto en las mañanas, que tú sabes que es tu familia, ¿no?, ¡que no es lo mismo que el mal aliento! -se ríe a carcajadas- ¡por favor!. Estamos hablando de un aroma familiar. Bueno, era un aroma muy particular, no lo puedo describir con palabras, pero ciertamente sólo lo podía oler si él estuviera aquí. ¡Olía a papá.

¿Un momento de aliento?
                ¡Tantos momentos de aliento! -Se le agrandan los ojos, hay un silencio triste, y le corren las lágimas; a mí también. Es tierno y profundo su recuerdo- ¿Por qué siempre pienso que cuando voy a hablar de mi papá va a ser más fácil? Además, que cuando me hablas de momentos de aliento... -habla llorando y pide un pañuelo- tiene que ver con los momentos más difíciles de mi vida, aquellos cuando el accidente. Él me dio muchos momentos de aliento, los que más tengo que recordar son esos. Antes de contártelo, sí me gustaría decirte que tuve la suerte de aprender a querer a papá, mucho tiempo antes de que muriera. Muy poca gente sabe lo que tiene antes de que lo pierde. Yo ya lo quería muchísimo, toda la vida, toda la vida lo quise muchísimo. Desde chiquita tuve una relación muy especial pero ciertamente cuando tuve el accidente, eso nos unió mucho más, y ahí aprendí, no solamente a quererlo como lo quería: despreocupada y espontáneamente, sino que aprendí a quererlo  porque además supe, desde el mismo momento en que me caí en la piscina, que era mi pilar, mi soporte, en todo el proceso. Y los momentos de aliento eran diarios. Yo estaba ahí, acostada en una camilla, que me volteaban cada dos horas, boca arriba, boca abajo. Cuando me tocaba estar boca abajo, se metía debajo de la camilla y se acostaba justo debajo de mi en el piso y quedábamos cara a cara. Él pasaba horas hablando conmigo, tratando de sentir lo que yo estaba sintiendo, compartiendo sus pensamientos en esos momentos. Todo el proceso, de traer médicos de afuera; ver como evolucionaba; involucrarse directamente; estar pendiente del más mínimo músculo que se pudiera recuperar o no, hacer todo lo imposible. Pero si te puedo decir que los momentos de más aliento, fueron los de mayor angustia. Me recuerdo especialmente la primera navidad que pasamos, después del accidente. Fue por supuesto, para toda la familia una navidad muy triste, especialmente para él. Era un veinticinco de Diciembre, estábamos sentados en la cocina solos él y yo... Yo no sé porque yo recuerdo ese día como el día más triste de toda mi vida. Nunca había sentido una tristeza tan profunda. Era así como un hueco muy hondo, muy íntimo, donde nada, ni nadie me llegaba. Y estaba sentada en esa silla de ruedas muy aparatosa por cierto, donde me amarraban la cabeza porque se me caía. Toda con tubos, toda amarrada así, siendo yo misma dentro de aquel cuerpo, ¿no?; y era de mañana, y estaba sola ahí estacionada, como un coroto, en eso llega papá. Entró y abrió la puerta, me vio ahí, solita, agarró una silla y se me sentó enfrente y se le salieron las lágrimas. Me miró y me dijo: hija, yo sé que estás triste, yo sé que está muy mal, pero yo quiero que tú sepas que en los momentos más difíciles de tu vida, cuando te sientas más desesperada -me agarró las manos- yo quiero que tú sepas que siempre contarás con un par de hombros donde apoyarte... ¡me alivió mucho! En ese momento traté de abalanzarme hacia él, para apoyarme en sus hombros, en eso  me apartó y me dijo: ¡No!, en tu hombro derecho, y en tu hombro izquierdo, porque si yo te ofrezco los míos y te digo que tienes que contar conmigo, te estaría engañando. Porque algún día yo te puedo faltar. Pero no te olvides nunca que tu hombro derecho y tu hombro izquierdo, nunca te van a faltar... luego me abrazó. Lloramos mucho, pero me dio una gran lección, porque era verdad. Nunca, nunca, nunca, me dio aliento, debilitándome. Nunca buscó la parte débil ni la parte lastimosa, siempre me ayudó dándome fortaleza. Y ese fue el camino, esa fue la pauta que él marcó y así me enseñó. Hoy en día puedo estar aquí feliz de la vida, hablando contigo, en capacidad de hablar contigo. Si él no hubiese sido así , tal vez, hoy, no hubiese sido posible.

¿Una cualidad que quería esconder?
     Era muy sentimental, era un niño. ¡Era muy cariñoso! Tal vez él trataba de tener toda una pantalla del hombre furioso, estricto, el hombre severo en muchas oportunidades. Pero para mí tenía una gran cualidad, su ternura. Era como un niño. Él revestía eso definitivamente con su carácter y sus arranques. Aunque ya en la última étapa de su vida, él trataba de dominar y corregir esa impetuosidad de carácter en que estallaba muy a menudo, sobre todo en su oficina y en su trabajo. A él le temblaban. Mi papá entraba por una puerta y las personas -lo adoraban- pero le tenían pánico. El tenía unos estallidos tremendos de carácter, donde mandaba a callar al que fuera y lo sacaba de la oficina, y punto. Me imagino que en los comienzos de su vida, él lo utilizó como un arma para ir surgiendo, impóniendose en su medio, que era un medio tan difícil, además. Pero ya en la madurez de su vida él estaba como corrigiendo eso. Estaba madurando, para que tú veas, madurando y suavizando esas facetas de su carácter y después que tenía esos arranques, se arrepentía profundamente. Y cónchale, quería ir y pedir perdón, excusarse. En alguna oportunidad, creo que hasta lo llegó a hacer. Pero no era el tener que excusarse, sino el lograr no tener los arranques, lo que más le importaba. Esa era una gran cualidad de papá, sus sentimientos.

¿La pregunta que nunca le hiciste?
     Nunca le hablé sobre su vida sexual, por ejemplo, -se ríe- ¡jamás...! Para mí él era mi papá. Podía ser hombre, podía ser todo lo que él quisiera, pero ese aspecto de hombre con una vida activa sexualmente, ¡jamás! Para mí , mi papá  era tabú en ese sentido. A pesar de toda la cercanía que tuvimos tal vez eso sería lo único de lo cual nunca, nunca ni me atreví, ni quise, ni me interesó hablarle. No sé si es porque él murió y yo tenía veintitrés años y de los diez y nueve a los veintitrés, pues yo tenía otros asuntos más importantes de que ocuparme, que estar indagando sobre la vida sexual de mi papá. No, ese fue un aspecto de su vida del cual nunca hablamos. Nunca hablamos como hombre y mujer, en ese nivel. En otros tantos, sí, incluso aconsejarme como actuar con mis novios o con mis conflictos de pareja, pero nunca, nunca quise saber de la vida sexual de mi papá.

¿Una chuchería?
     Sí era chuchero, como no, pero no sé si era dulcero, yo creo que no. Y era con la comida. Me recuerdo en la época que él y yo nos fuímos a vivir a Londres, y estábamos de vacaciones juntos. Él recién divorciado, y yo recién graduada. No teníamos ataduras, ni límites, ni responsabilidades que nos pararan. Nos fuimos juntos a viajar, él y yo. Yo invité a una amiga. Y por cierto me acuerdo que me dijo: este será el verano más bello de toda tu vida, y así lo recordarás. Yo me decía: ¡no hombre, este típo esta loco! Con todo lo que me falta a mi por vivir y todas las cosas más divinas que voy a hacer, y mira, dicho y hecho ese fue el mejor verano de mi vida. Sé que nunca tendré otro igual, porque sé que nunca podría compartirlo con alguien como él. Serán distintos, nunca como ese. Ese fue un verano inigualable, viajamos en automóvil por toda Europa, nos dedicamos a comer y engordar -nos reímos las dos. O sea, las consecuencias subsiguientes, se las debo todas a él de todos los años de dieta. Porque estábamos desayunando y ya íbamos preparando que íbamos a almorzar. No habíamos terminado de almorzar opíparamente cuando él ya estaba degustando qué y dónde íbamos a comer,lo que íbamos a ordenar, y no era cualquier comida. ¡Cómo gozamos! Vivíamos en Londres, me acuerdo en Piccadilly, y él bajaba a la panadería inmediatamente debajo del edificio, y se traía un "loaf" de pan (así como un pan Holsum grandote, pero entero sin rebanar) recién hechecito, exquisito, calentico. Lo picaba por la mitad: mitad para tí, mitad para mí, me decía. Se traía una barra de la mantequilla más cremosa y salada, un trozo de queso, y ahí empezábamos a desayunar, para comenzar a discutir adonde íbamos a almorzar. Así que ¡te podrás imaginar!, esos eran sus planes de chucherías.

¿Una regla estricta?
     Disciplina y obediencia... me recuerdo de jovencita, era a tal hora, y a tal hora nos estaba esperando furioso si no llegábamos, pero furioso, y teníamos que volver de donde estuviéramos y cumplírselo. Y creo que esa regla se ralajó un poco cuando una vez en Italia, un poco más grandecitas, obstinadas de la tal hora, teníamos que regresar a las doce de la noche y llegamos ¡a las cuatro de la madrugada! Por supuesto, a las cuatro de la madrugada, ¡te podrás imaginar! no nos atrevíamos a entrar así que vimos por la cerradura de la puerta, porque era un apartamento con una sala inmediatamente después de la cerradura, unas cerraduras de esas antiguas, grandes. Me acuerdo que yo lo veía clarito; él estaba sentado en una poltrona que estaba al lado de la puerta, con una luz leyendo un libro. Se nos hizo un poco más tarde de las cuatro por la discusión en la puerta de quién entraba primero. Rina, siempre más valiente en esas cosas, más desfachatada, diría yo, tocó la puerta. Con la llave abrió y entró, y atrás calladita entré yo, tranquila como si yo no hubiese estado allí... papá se levantó, nosotros esperando la tempestad, se nos queda viendo, cerró su libro y se va a dormir sin decir palabra. ¡No nos dijo nada! ¡No lo podíamos creer! ¡Pero nada!. Ni allí, ni entonces, ni después. Yo no supe como tratarlo, si era que estaba tan furioso que nos quería matar y prefirió irse a dormir, o si era que estábamos muy grandotas, y él iba a relajar su disciplina en ese sentido. Esa fue la primera vez que me asusté más por no haberle cumplido, y nos hizo menos. Marcó una pauta, yo creo que después no fue tan estricto.

¿Una paliza memorable?
     Sí, no se me olvida, fue después de vieja, por eso no se me olvida. Además que nunca nos dio palizas. Nalgadas oportunas en cada momento de la infancia mientras se crecía, sí. Pero a los diez y nueve años recuerdo una paliza memorable, que tampoco fue una paliza, fue una pela memorable. Yo me estaba comportando "un poco" fuera de tono y de tónica y mi papá decidió un día, subir a mi cuarto, a pararme literalmente el trote. Cerró la puerta y me dijo: ¡ven acá! Esto es para que te recuerdes que sigo siendo tu papá, y tú mi muchachita, y me tienes que obedecer. Me agarró, me puso sobre sus rodillas, me bajó el pantalón y me dio dos nalgadas. Yo me paré, con la misma me subí mi pantalón indignada y ahí nos mantuvimos las miradas un buen rato. Él se salió del cuarto. No sé si es porque se tenía que ir, o porque simplemente me miró a los ojos, - se ríe-. Esa fue una paliza memorable.

¿Un momento de retozo?
     ¿Retozos? Ah, bueno, eso era a cada rato. Sobre todo cuando me podía alcanzar más, que era después del accidente que no me podía escapar, ¿no?. Estaba yo muy instalada en mi cama, de esas camas grandes, de esas que se llaman hoy en día: "adjust-a bed". Ahí vivía yo muy apoltronada viendo mi televisión y él llegaba. Yo cuando veía que él se quitaba los lentes, decía: ay papá, no, ¡que fastidio!, porque yo ya sabía que ese gesto de quitarse los lentes era que se iba a instalar en la cama a acurrucarse a mi lado, a fastidiarme, literalmente, porque a mí no me gusta que me estén amapuchando. Yo no soy muy cariñosa físicamente. Entonces él se me encaramaba en la cama, me empujaba, que no lo necesitaba porque la cama era bien grande. Se acurrucaba y empezaba a fastidiarme. Me movía la pierna. ¿Porqué me mueves la pierna, papá?, yo estoy cómoda. Hay que moverte la pierna porque el médico dijo que la circulación... Y empezaba con toda una explicación médica. Eso era a cada rato, ¡y que él tenía que moverme! Y yo: papá, ¡basta, no te soporto!, ¡quítate por favor! -ella ríe- Y sí recuerdo una vez en Los Angeles, un día muy particular, que me dijo: está bien, ya vas a ver (así como con una voz de reparto, así como un muchachito malcriado), pero el día que te falte, te va a hacer falta que te venga a fastidiar, te vas a acordar. Cerró su libro, siempre andaba con un libro, y se fue a leer para otro lado. -Rhona suspira... Y es verdad, hoy me hace falta.

¿Un instante amoroso?
     Para mí su vida entera fue un instante amoroso. Todos los instantes con él fueron amorosos... conmigo particularmente. Para mí él era una fuente cariño constante, aunque no estuviera presente y aunque me estuviera armando un zaperoco. Su vida la recuerdo con un amor, amor que le brotaba por los poros hacia mí, hacia todas sus hijas, hacia su familia. Ya como mujer adulta ahora comprendo que él atesoraba su familia por encima de todas las cosas. Porque mi padre era un perrito callejero. Me explico: papá era huérfano de madre desde que nació. Su mamá murió a consecuencia del parto. Su papá, el abuelo Pancho muy querido y recordado, pero era "bebedor y jodedor", como dicen por ahí. Y la madrastra con quién se casó, no quería a Renny. Total, que papá vivía en la calle o en casa de algún amigo; dormía con los perros, en los bancos de las plazas. De ahí que atesoraba y adoraba a su familia y se volcaba en ella aunque realmente pasaba muchas horas ausente de la casa trabajando. Aunque yo nunca lo sentí ausente realmente.
Toda su vida entera, para mí, fue amor. Un derroche de amor hacia el hogar, nos adoraba.

¿La característica de él que encuentras en ti?
     Yo con él siento una particular simbiosis, encuentro muchas características de él en mí. Hay mucha identidad la hubo siempre entre ambos. Mis explosiones de carácter por ejemplo, igualita a él; mis intentos de corregirlos, igualito a él.  Nos gustaban las mismas cosas. Sentíamos las cosas de la misma manera. Nos expresábamos del mismo modo, además había un gran compañerismo entre los dos. No sé, hay una fibra en el carácter que siento una total identidad con él. Siempre nos identificamos. Había algo entre él y yo que era muy especial. Y muy probablemente él también sentía lo mismo hacia mí que yo hacia él, era totalmente mutuo.

 ¿Una frase hiriente sin darse cuenta?
     ¿Frases hirientes?, también, - se ríe- Es que eran tan pocas, las cosas así, que me hizo, como lo de la paliza, que las recuerdo clarito. Pero lo hacía totalmente sin darse cuenta. Después del accidente y a raíz del accidente, mi vida se convirtió en la de él. Si él hubiese podido dar su vida para que yo viviera, él lo hubiese hecho, y de hecho yo creo que así lo hizo. Yo recuerdo una vez, era a dos, tres años del accidente, me llevaba a cenar con mi médico a quién llegué a adorar. Siempre íbamos los tres, y yo me sentía muy bien, porque me sentía persona con ellos. Todavía quedaba un ápice de la mujer que yo alguna vez fui. Ellos dos me querían, admiraban mi lucha, y me hacían sentir como la mujer más importante, y mejor del mundo. Yo ahí, un pedazo de carne atada a una silla de ruedas, así era como me sentía yo. Ellos sin embargo, me llenaban con la estima que me tenían ambos. Entonces llegamos a un restaurante y papá se puso a discutir, muy seriamente, muy pacientemente con el médico. Él no se resignaba a verme así. Para él yo era una mujer demasiado valiosa, y él tenía que verme realizada, completa, feliz. Y su obsesión se convirtió en que yo tenía que lograr ser mamá. Él no aceptaba el hecho de que mi vida como mujer hubiese terminado y de que yo no hubiese podido realizarme como mujer y como madre. Y era tanta su pasión, que él estaba hablando con el médico como si yo no estuviera ahí. Y en una de esas le agarra la mano al médico y le dice: Mira chico, y sí el asunto es que si hay que hacerle inseminación artificial a esta mujer, se la vamos a hacer, porque ella va a ser madre. -Rhona se ríe nerviosa. Cónchale papá, no me ayudes tanto vale, no me levantes tanto los ánimos, gracias. O sea, él tratando de solucionar mi problema, no se dio cuenta que estaba hiriendo la fibra más profunda de cualquier mujer. Como diciendo, quedó tan mal, está tan averiada, es una cosa tan horrorosa, que nadie la va a querer, así que la tendremos que inseminar. Pero bueno si hay que inseminarla la inseminamos, ¿no?. Yo "coye papá", entonces me miraba muy orgulloso y feliz de la solución que había encontrado, y me miraba y me agarraba la mano. Al rato me ve a mí con unos lagrimones, y entonces como que cayó en cuenta. Se voltea, me agarra y me dice: ay no mi amor... pero si yo no te quería ofender mi amor... tú vas a ver... tú vas a estar muy bien... te van a querer mucho. Y no hallaba como remendar el capote. Bueno, sí papá está bien. Eso me hirió, me dolió, pero eran puras buenas acciones.

¿La primera decepción, de ambos?
     Yo, decepción como tal, jamás tuve de mi padre. De verdad que no. Ahora, el único gran desaire que yo le hice a él, algo así como una reprimenda para con él, fue a raiz de su salida de la televisión venezolana. Él con su inquietud de comunicar y hacer lo que él nació para hacer, -se sonríe- incursiona en el cine. Entonces el tuvo una única y sóla película, que era una coproducción española recuerdo, la cual se llamó: "Mamá no es nada, es solo un juego". Él, muy orgulloso me invita a ver su obra, su primera producción internacional. Y empiezo a ver eso. Y empiezo a ver eso, cada vez más aterrada. Primero, que la película era pésima, y segundo que la temática era tenebrosa. "Mamá no es nada, es solo un juego", se trataba de un hombre enfermo, sicópata, que le gustaba maltratar a las mujeres, la madre no quería ver la enfermedad del hijo, y lo encubría. Yo no sé como terminó la película, porque a mitad de la película me salí. Abrí la puerta del cine, que era un sesión privada por cierto, dí un portazo y me fui para afuera. Me le planté en la puerta y lo esperé a que él saliera detrás de mí, y le dije: Nunca me esperé esto de ti, es una porquería, agarré y me fui. Caray, más nunca hizo cine. Debut y despedida. 

¿El sublime momento de orgullo?
     El sublime momento de orgullo lo sigo viviendo hoy. Y lo vivo todos los días, siempre a cada momento, es inevitable. El sublime momento de orgullo ni siquiere puedo decir que estuvo en vida restringido a la vida de mi padre. Donde sea que yo voy, en cualquier rincón del país, no importa con quién yo pueda hablar o comunicarme, la estela de amor, de respeto, de admiración y de cariño, que dejó mi padre en el corazón de este pueblo... es mi sublime momento de orgullo. Ese es su monumento, él único que le han hecho es este país pero el más valioso y el que más se merecía. Y esa fue su herencia, y ese fue su legado. Indiscutiblemente murió en la gloria que era lo único que él quería.

¿Un reproche?
     Sí te puedo decir que era un poco mujeriego, un poco bastante. Se peleaba con mi mamá, y mi mamá con él, y por ahí vinieron los únicos reproches. Para mí nada trascendente, nada que valga la pena, son hechos de la vida. A todo el mundo le puede pasar. Yo creo que todo problema en pareja lo debe resolver la pareja y es problema de la pareja y punto. Ahí no hay partes de, ni espectador que valga. Si tal vez hubo reproches, puede haber sido por esas flaquezas humanas que él tuvo.

¿Una morisqueta?
     Si recuerdo una morisqueta muy tipica de él. ¡Era llorón!, no podíamos ver películas juntos, porque ya cuando venía la parte sentimental, tú lo veías que se bajaba los lentes, nos veíamos las caras, y hacía pucheros: abuuu... y ahí llorabamos los dos. Esa es una morisqueta que recuerdo con cariño de él.

¿Supersticioso?
     No creía en el factor suerte, pero se consideraba muy afortunado. Tan afortunado que decía que él tenía tanta suerte, que tenía suerte para repartir. Y mientras más repartía, más suerte tenía. Supersticioso así de números, no, no conocía de feticherías. Tal vez si conocía de factores causalísticos en la vida, en eso si creía. Causa y efecto y el poder del pensamiento tenaz, y el saber que si tú estás en armonía contigo mismo llegas a donde debes de llegar. Creer en tí mismo, tener "timing". Se consideraba un hombre afortunado. Él siempre decía: a todo el mundo le cuesta trabajo llegar adonde yo llegué. A mí no, a mí me fue muy fácil. Además, gozé un puyero haciéndolo, y además me pagaron para hacerlo.

¿Un sueño que nunca alcanzó?
     Ser Presidente de la República, ser presidente del país que amó. Gobernar a Venezuela porqué la quería mucho. Ese fue un sueño que él nunca alcanzó y es un sueño del que nunca gozarán los venezolanos, lamentablemente. Estoy segura que la muerte de mi padre cambió el destino de Venezuela, estoy segura de que eso fue así. Venezuela sería otra. La historia contemporánea del país, se hubiese escrito de otra manera con la sola presencia y dirección de Renny Ottolina.

     Tal vez en este instante valga la pena recordar otro momento donde su presencia, su apoyo, marcó el resto de mi vida -su voz gime-. Ya yo vivía en los Angeles en una casa espectacular que él encontró, para que yo tratara de vivir lo mejor posible, estuviera lo más feliz posible dentro de mi circunstancia. Porque eso sí, él no escatimaba. Ser más generoso no he conocido. No solamente con nosotros como hijas, sino con todo el que lo rodeaba, era un hombre espléndido. Generoso material y espiritualmente, porque él estaba dando constantemente de sí. Conversar con papá era una enseñanza constante, aunque fuera la mayor nimiedad. Todo el tiempo tú estabas aprendiendo, no porque él todo el tiempo estuviese haciendo filípica, sino porque su verbo, era una enseñanza constante. Me acuerdo un día que estaba yo bien triste, ahí en una poltrona, aplastada literalmente, con el peso de mi dolor, y en eso se acerca, y se me queda viendo, y me dice: "la verdad mi amor, es que estás bien jodida", -risas- , palabras textuales. Tú juras que te va a decir una cosa alentadora: "la verdad mi amor es que está bien jodida". Y tú sabes lo peor de todo mi amor, es que nadie se va a parar por ti, nadie en este mundo. Ni el mundo va a detenerse, ni a moverse más lento por tí. ¿Así es que sabes una cosa mamita?, que si quieres echar para adelante, vas a tener que hacer el doble o el triple de esfuerzo que cualquiera, para llegar aunque sea a lo normal. Mírame lo que te toca si quieres sobresalir. Bueno ve a ver qué haces. Y con la misma se paró y se fue. Yo me quedé pensativa: cónchale papá, eso era todo lo que me tenías que decir, papá. Y bueno, era verdad pues. Esos eran sus cariños, verdades crudas y rotundas. 

¿Cuál fue su mayor motivo de orgullo, con respecto a ti?
     Él se sentía orgulloso de que yo fuera su hija, con eso le bastaba. Así como yo me sentía orgullosa de que él fuera mi padre. Yo creo que papá apreciaba mi presencia de carácter y mi manera de enfrentarme a la vida en términos generales, y de luchar contra los obstáculos. No importa si era montando a caballo (que le encantaba verme) ¡Ah!, no le importaba que perdiera. Claro, se ponía furioso porque no aceptaba que uno perdiera en nada. Pero me decía: mi amor, no importa si pierdes, por lo menos eres la más elegante de la cancha, -ella ríe divertida con el recuerdo alegre-. Él difrutaba con la presencia de carácter, no solamente la mía, de cualquier ser humano. Y tal vez él no se sabía que él era la fuente de inspiración de esa presencia de carácter. Así como él me inspiraba a mí, él decía que él recargaba sus baterías conmigo. Cuando él se sentía muy deprimido en su oficina, levantaba el teléfono, y llamaba a Los Angeles. Llamaba a aquella muchachita, a aquella hija suya que estaba bien jodida, pero que le estaba echando pichón. Y así nos nutríamos mutuamente. Siempre nos queríamos mucho, siempre. Papi y yo nos cargábamos las pilas, como decía él. Él decía que cuando uno amanecía deprimido o decaído, que eso era que las pilas del organismo estaban descargadas, y uno lo que tenía que hacer era que esperar al día siguiente que ellas iban a amanecer más cargadas. Y es verdad, tienen razón. Uno no debe desesperarse cuando está decaído, porque el día siguiente es otro día y lo más probable es que al día siguiente amanezca con las baterías más llenas, más cargadas.

¿Lo que nunca alcanzaste a decirle?
     Si se me apareciera por un momento yo le diría que lo mejor que me ha pasado en mi vida, es haber sido su hija. Tal vez él no lo sabía, pero creo que él ya lo sabe. Eso me gustaría decírselo.

¿Qué aprendiste de él que quieres trasmitirle a tus hijos?
     Fortaleza, espíritu de lucha, espíritu de superación, y de que aquello que emprendas, no importa lo que sea, trates de hacerlo lo mejor que puedas. Poner el mayor esfuerzo de tu vida en ello. Yo creo que si se lo preguntas a mi hija, ella ya lo aprendió. Te lo digo porque me estaba haciendo una revisión de la entrevista que tú me entregaste para hacer este libro y cuando llegamos a ese punto, ella me dijo: - imita la voz de su hija-, mamá ese debe ser el espíritu de lucha, ¿verdad? Sí mi amor, lo heredas de tú abuelo y yo te lo transmito. ¿Te gusta?, si mamá, yo lo entiendo. Y seguimos adelante. Me gustó mucho.

¿Qué te costó su vida pública?
     Responsabilidad... y además no te exige sino un mayor reto, porque la vara con la que se te mide es una vara muy alta de alcanzar. Muy, muy exigente y muchas veces no todos los hijos de hombres de gran talento podemos nacer o tener la ambición o el talento conque nacen nuestros padres. De mí ha exigido primero una gran responsabilidad hacia con mi padre porque él murió en una labor pública. Él murió con un legado que él le dejó al país, una función de servicio hacia la nación. Yo sentí de alguna manera que esa fue la herencia que él me dejó, una responsabilidad. Solamente que mucho menor equipada que él, porque cuando él muere él es un hombre de una talla considerable, y me deja un fardo pesado, ¡y cónchale!, mi circunstancia es otra. Sin embargo, quise asumirlo, hice sólo lo que pude, pero sí todo lo que pude; y trato de seguir haciéndolo sin pretender llenar el paltó que llevaba mi padre, pero sí con la responsabilidad y la dedicación que él hubiese esperado de mí. Eso es lo que te dejan los padres que tienen un talento y que tienen proyección pública. Te dejan llenos de cargas y responsabilidades, de retos muchas veces más grandes que uno. Y no te queda sino pasar tu vida angustiada y tratar de llenarlos. Yo vivo angustiada y vivo tratando de dar la talla.
     Papá murió muy joven. Nadie se imagina, a menos que saquen cuentas y lo concienticen, que mi papá era un chamo de cuarenta y ocho años, perdón, tres meses recién cumplido sus cuarenta y nueve, era un bebé, ¡y había hecho tanto! El reto es inmenso y la problemática que me dejó para resolver, también. Porque Venezuela es otra, y uno de los factores por la cual es otra es porque él no está.

¿El instante en que pasó de ser padre a ser hombre?
     En esos momentos de la adolecencia, donde uno se las sabe todas pero no se las sabe nada y lo único que tiene de seguro, es la inseguridad. En esa época, que también se estaba divorciando, él decidió que iba a ser mi amigo, y mi mejor amigo. Los padres, estamos hablando del comienzo de los años setenta, tenían que además de ser padres ser amigos. Yo me puse furiosa y tuvimos un altercado y un encontronazo. Yo le decía: ¿y porqué tú vas a ser mi amigo?, yo no quiero que tú seas mi amigo. Tú sabes la cantidad de amigos que yo tengo, tengo bojotes de amigos. Tú eres mi papá y yo quiero que tú seas mi papá y no voy aceptar de que tú seas ninguna otra cosa sino mi papá. Entonces yo creo que ahí él tuvo el intento de pasar de padre a amigo, pero yo no se lo permití. A mí, el papá que yo tenía me parecía un tronco de amigo, y no pensaba cambiar de parámetros. Siempre fue mi papá, -se le quiebra la voz- mi padre amigo. Y nunca para mí tuve esa sensación, tú sabes, cuando uno crece, ¿no? y se da cuenta de que padre no es todo, sino que además es un hombre. Esos momentos que los hijos aprendemos a ver a los padres en su justa medida, que nos damos cuenta que no son todo aquello que pensábamos, sino que además de ser los padres, que es el todo para uno, son hombres y que tienen sus limitaciones y debilidades. Bueno, a mí eso no me pasó con mi papá. Siempre la dimensión que le di fue la dimensión que él mantuvo. Cuando entendí que además de ser padre era un ser humano, con sus pros y sus contras, nunca disminuyó de talla, ¡jamás! Siempre tuvo la grandeza que pensé que él tenía. Y no lo digo idealísticamente porque él ya se murió y no está, no, te repito, yo tuve la oportunidad de aprender a querer a mi papá y a apreciarlo en vida, yo no lo aprendí a querer más después de que se fue. Yo lo quise mucho siempre.

¿Cómo aspiraba tu padre a que lo recordaras?
     Tal como lo están recordando con amor, aspiro a que lo recuerden tal cual. Fue un hombre que nació con suerte. ¿Tú sabes que mi padre nació de pie y enmantillado?, eso es auténtico. Solamente con nacer de pie el pueblo dice que es de suerte. Solamente nacer enmantillado, el pueblo dice que es un manto de suerte. Bueno, él tuvo la bicoca de nacer de pie y enmantillado. Ahora el pueblo lo recuerda como el quería que lo recordaran, con amor. Como algo insuperable, como algo inolvidable, como alguién que nadie podrá sustituir y es así de hecho. Él es insustituible.