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Wednesday, November 10, 2010

Yo sin lentes no veo

    La mañana es asoleada, pero fresca.  Una mujer de cabello corto, suave y brillante, que salta a su rítmico andar; de rostro limpio, ojos verde esmeralda, labios tersos y carnosos; cuerpo firme ¾busto espectacular¾, se dirige al café y se sienta a una de las mesas que está al aire libre.
    Llama a un mesero... él se acerca con el menú, ella le hace señas con la mano de que no precisa uno, y ordena un té de kiwi con pera para acompañar una ración de fruta del día.
    Unas mesas más allá, están una pareja.  
    El señor, de cabello canoso, casi blanco ¾muy atractivo¾ con lentes de pasta, elegantemente trajeado de gris plomo ¾hace que lee el periódico, pero observa a la mujer.       
    La señora es  estilizada, su fisonomía interesante y refinada.  El mesero le ofrece a la señora el menú; ella se pone unos lentes que saca de la cartera, busca lo que desea y ordena; toma una agenda de la mesa, la hojea. 
    El hombre pide un café,  y mira al frente pues algo llama su atención.   La mujer, que come la  fruta lentamente entre sorbos de té, levanta la cara y sus miradas se entrecruzan.  Ella se endereza, sonríe, y levemente toca los labios con la servilleta de tela; al devolverla al regazo, cruza las piernas con premeditación y sigue comiendo, como si nada.
    El hombre sin perderla de vista, dobla el periódico y lo pone sobre la mesa.  Saca disimuladamente una tarjeta del bolsillo de la chaqueta, garabatea algo al respaldo y la guarda de nuevo en el bolsillo.  De pronto la señora le dice algo al hombre, toma su cartera, se levanta, y se pierde en el interior del café.
    La mujer termina de comer y pide la cuenta ¾el mesero se la entrega.  Continúa hacia la mesa de los señores y les sirve los cafés ¾el hombre le pone la tarjeta en la bandeja, haciéndole señas que se la lleve a la mujer.
    Cuando ella recibe la tarjeta, le da un vistazo, la guarda en su cartera, paga, se levanta, y se va sin voltearse.
    La señora vuelve a la mesa, él le comenta algo y los dos se ríen.
    La mujer, dobla la esquina,  y ya fuera de vista, abre la cartera con prisa, saca de la cartera la tarjeta y unas lupas, se las pone y lee: Lucas de Alburquerque y Damas, la voltea y al reverso dice: “Señorita, a mi hija y a mí nos daría mucho placer que nos acompañase a compartir una mañana tan hermosa como usted, atentamente, su admirador.”
    La mujer corre de vuelta al café... el mesero recoge, pues ya todas las mesas se encuentran vacías y unos nubarrones predicen tormenta. 

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