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Thursday, February 3, 2011

Fémina contemporánea... ¿femenina?

“No hablo como hombre, hablo como mujer. No hablo como mente. Uso la mente, pero hablo como conciencia, como testigo consciente. Y la conciencia no es ni él ni ella, la conciencia no es ni hombre ni mujer. Tu cuerpo tiene esa división, y también tu mente, porque tu mente es la parte interna de tu cuerpo, y tu cuerpo es la parte externa de tu mente. Tu cuerpo y tu mente no están separados; son una entidad. De hecho no es correcto hablar de cuerpo y mente; no se debería usar “y”. Eres cuerpomente, sin siquiera un guión entre los dos.”
Estas son las palabras de introducción de “El libro de la mujer, sobre el poder de lo femenino” de Osho, un pensador hindú, que habla de lo femenino—sobre la base de respuestas a preguntas— borrando las distancias que se han hecho insalvables, entre lo femenino y lo masculino, a través de los siglos.
A mí no se me ha hecho nada fácil abordar algo tan manoseado—más aún por las mujeres—como el tema de la feminidad. He escrito y borrado, infinidad de veces, lo que espero hacer llegar finalmente a sus manos. A estas alturas, todavía no sé quién es más adecuado para hablar de la feminidad, el hombre o la mujer, sin que las respectivas distancias o miopías sesguen el pronunciamiento.  Sin embargo, como mujer, siento una gran responsabilidad en expresar lo que para mí es la feminidad, sin que la opresión, el abuso, y la marginación que puede haber en la sociedad, por el simple hecho de ser mujer, prepondere en este escrito. Espero exponer la mera condición de ser femenina y cómo la fémina lo asume, concretamente, la mujer contemporánea de una cultura como la nuestra.
La palabra femenina nos da suavidad, fertilidad, pasividad, debilidad, ternura, comprensión, tolerancia, injusticia, castración, violación, negación intuición, sufrimiento, sensibilidad, emoción, sensiblería, cursilería, abnegación, reflexión... ser movible. ¿Sin embargo, poseen todas las mujeres estas características, o se han visto en esas circunstancias? Ciertamente no. ¿Quiere decir esto entonces, que no son femeninas? En absoluto. La cosa se torna difícil cuando queremos encasillar a la palabra mujer, circunscribiéndola a unos parámetros y sometiéndola a unas peculiaridades que cada vez más se mimetizan con lo masculino, por lo mucho que ella pierde de su ser ante el hombre.
Al introducir el tema de la feminidad en una conversación, las mujeres se tornan inmediatamente a la defensiva, no en cuanto a la parte física, que es la del adorno y la del culto al físico, claro está: implantación de senos, uñas artificiales, una nariz nueva, un cutis libre de arrugas (por ende, desprovisto de expresión), la última dieta, la moda, el estilista, el gimnasio... mas sí, en cuanto al tema masculino, allí saltan y sin más ni más, despotrican. Se juntan tres mujeres y comienzan a hablar mal de los hombres; es como si lo femenino y lo masculino estuviese siempre encontrado, así está establecido. Esto se manifiesta claramente en nuestra cultura, donde las niñas son separadas de los niños, desde que a la recién nacida le ponen los zarcillos en el retén para diferenciarlas de los que visten de azul; más tarde a ellas les arrancan los carritos de juguete de las manos, imponiéndoles las Barbies y a ellos les prohíben llorar. Ya entrada la pubertad, al forzar las hormonas el acercamiento, se unen, pero hay un desconocimiento total de su respectiva idiosincrasia. Los anglosajones de los años ’50 exteriorizaron esto a través de la eterna lucha de Lulú (la de “La Pequeña Lulú”), por pertenecer al club de los chicos, que por supuesto, estaba vetado para ellas. 
Caí en cuenta desde muy pequeña, que contraponer lo femenino a lo masculino, traía roncha, más aún viniendo de una familia donde predominaba lo femenino; éramos seis contra tres, incluyendo a mamá y papá. ¿Por qué siempre andamos enfrentados, reivindicando posiciones constantemente, cuando es evidente que no somos iguales, ¡gracias a Dios! Pienso y cada vez me convenzo más, que en el afán de igualar, sobre pasar, competir con y vengarse de “ellos”, la mujer, sobre todo la venezolana, va perdiendo su sustancia, que es la feminidad y se convierte en otro hombre más.
Si nos dejamos llevar por la imaginación de algún dibujante que nos enseña imágenes de la edad de piedra, vemos que hombres y mujeres se parecían mucho, y ya sabemos que esa estampa del hombre arrastrando a la mujer por el cabello, con una mazo en la mano, no era cierta, pues los antropólogos nos dicen que mujeres y hombres compartían posiciones y tareas, recolectaban y cazaban a la par —la idea de la feminidad no era evidente, ya que vivían todos juntos y revueltos. 
Mi pregunta es: ¿asumió ella su feminidad para perderla en el ínterin? Si tomamos la feminidad como una actitud, efectivamente, la mujer contemporánea ha perdido mucho del glamour que poseía.  La palabra glamour, voz inglesa, en su etimología, es el atributo que poseen las hadas para hechizar y encantar a todo aquel que posa sus ojos sobre ellas. La imagen de una mujer, tongoneando las caderas, embutida en un estrecho vestido rojo hasta las pantorrillas, que se aproxima a una barra de un bar en penumbras, acosada por miradas masculinas que la siguen hasta que se desliza en un taburete, saca del bolso una larga pitillera de marfil tallado a la cual fija un pitillo que extrae de una cigarrera plateada y la suspende en el aire, segura de que algún caballero correrá a encenderlo... es una estampa subliminal y sensual que ya no se da.
Todo ese movimiento lento, erótico, con un propósito... no es posible, pues la vida se lleva mucho más rápido y una cosa tan simple como la figura de ese bar, no existiría, pues estaría atestando de gente, que impedirían que ella desplegara ese derroche de sensualismo y de gozo, por el mero hecho de ser mujer.    
La mujer que se siente bien en su piel lleva todas las de ganar y eso puede ser resultado directo del entorno familiar. La niña que crece con una madre segura de sí misma—como mujer y como ser humano—tiende a imitarla. Una mujer segura de sí misma, no nace así, se hace. Se forma con su vida diaria. Tendría, posiblemente, también que ver si  posee un padre amoroso y comprensivo, tanto hacia la madre, como hacia los hijos, el que ella se inclinara a ser una mujer fuerte y decidida que asimile la minusvalía establecida del “ser  mujer”, sanamente.
Sentirse bien en su piel, es resultado del ser humano, más allá de lo femenino y lo masculino. Me ha costado construir este escrito, porque para mí, la diferencia en poder llevar la vida “lo mejor que se pueda”, radica en el individuo, sea masculino o femenino. La mujer tiene unas cualidades  que la distinguen, apegarse a ellas y sacarles el mayor provecho para llevar una vida sana, sobre todo mentalmente, es el albur... Radica, en la decisión de conllevar y asumir lo fácil y lo difícil, sorteando los escollos y las “desventajas”  para convertirse en una  Fémina con mayúscula, constituida como tal, antes que nada, como un ser humano feliz y agradecido de ser quién es. 
Pienso en cuando mis pechos comenzaron a crecer y me los oprimía para que no se notaran (ya que no quería crecer) y especulo que muchas mujeres suprimen su feminidad porque tienen miedo de verse en ese espejo y afrontar el hecho que “afortunadamente” son mujeres.  Se niegan a aceptar que esos senos crecerán y los oprimen, ahogando las primeras señales de muchas otras que las transforman en mujer.  Ese constante ahogar y suprimir las convierte en víctimas desde muy jóvenes, papel favorito que muchas mujeres adoptan para conseguir cosas en la vida, mártires solapadas que siempre al final, sacan las garras. Como esta condición no es su esencia verdadera, sino un acondicionamiento, se frustran, porque deben llevar la máscara puesta siempre y ya cuando deciden quitársela en la soledad, les resulta muy incómodo; al no reconocerse, pasan a llevarla siempre, y su vida resulta tan falsa e insulsa como ellas, lo cual conduce a su malestar.
Hasta el sacrificio debe ser a voluntad. Una decisión que dignifica porque es un desprendimiento sano que viene del entendimiento.  Es un acto de amor, no de egoísmo.  Es vivir en función de otros por convicción.  La Madre Teresa de Calcuta es un ejemplo de esto que hablo. Este personaje emblemático, sin gracia física y constitución aparentemente débil, era eminentemente femenina, manifestado por una inmensa compasión, abnegación, sensibilidad y ternura es la representación de la “Madre Universal”. Sin embargo, siempre pensé que si la Madre Teresa no se hubiera ceñido a hacer su labor en las calles de Calcuta, sino que se sumerge en la high society newyorkina, rescatando anoréxicas, otro gallo hubiese cantado. El papel que uno escoge en la vida, porque a fin de cuentas, uno lo adopta, debe asumirse lo mejor posible.
Ser mujer no es un accidente, es un hecho. Sabemos que hormonalmente tenemos altos y bajos, a ninguna la toma por sorpresa el hecho de que tiene la menstruación cada 26 o 28 días, entonces por qué maldecirla, es tan natural como que tendremos bello pubiano, lo queramos o no.  Si no lo queremos, lo afeitamos y ya, pero eso viene con uno.  Nos peleamos mucho con las cosas inherentes a nosotras y permitimos que el sexo opuesto nos mortifique por lo mismo —nos flagelamos a priori, dándoles a ellos tela para cortar, y luego nos quejamos, tanto de sus críticas, como de las propias que soportamos internamente. 
Leí en algún lado que la ventaja de la mujer era su capacidad de diálogo, tolerancia y comprensión y que estas cualidades, sean la base en que radica su éxito como gerente, por ejemplo.  Que si las mujeres circunscribían sus tareas, contando con lo femeninocomo fondoestaban en capacidad de competir cabalmente en el campo laboral. Apoyando esto, cito al profesor Dionisio Aranzadi, ex rector de la Universidad de Deusto, quien resume las particularidades de la dirección femenina en las  empresas de esta manera: “Es un estilo operativo más comparativo que competitivo; le va el trabajo en equipo; el estilo de la resolución de los problemas es más intuitivo-racional; tiende más a la comprensión y colaboración; el control es reducido; busca calidad y alto rendimiento; intenta más educar y motivar y por eso es una dirección menos autoritaria; es más propicio a las relaciones interpersonales”.
El estribillo popular “que sepa coser, que sepa bordar, que ponga la mesa en Su santo lugar... nos infunde  a ser virtuosas, piadosas y nos recuerda nuestras tareas tradicionales. ¿Se cumple este precepto? En el ramo de la moda los diseñadores sobrepasan a las diseñadoras en número, la casa Dior, por ejemplo, desde Cocó Channel, no ha tenido al frente a ninguna mujer y los diseñadores más destacados, son hombres. Y si revisamos el santoral, hay muchos más santos que santas.  También hay mucho más chef hombres que mujeres, aunque, actualmente en Venezuela ya hay bastante más mujeres chef. Se han fundido los bordes y la mujer debería sentirse con menos presión y más proclive a desplegar su feminidad.  Saltan cada vez más a la escena del espectáculo las mujeres roqueras, desinhibidas, audaces, de músculos definidos y con figuras envidiables. Vemos mucho menos a la bailarina grácil y anoréxica para dar paso a estos íconos juveniles que derrochan energía y sensualidad. ¿Son menos femeninas que los cisnes del Danubio Azul? Lo dudo.
En el periodismo venezolano actual, destacan las mujeres.  Mujeres valientes, sin pelos en la lengua, que cual eficientes cotorras, denuncian exabruptos, pero que sin embargo, son armas letales con las cuales alertan conciencias capaces de tumbar gobiernos.  Mujeres que han tomado la delantera en esta crisis que nos consume, para defender a sus hijos, los venezolanos y a su hogar, Venezuela, con mucho más vigor, valentía y empuje que los hombres.
Dentro de su tenor, dentro de sus parámetros, han salido a dar la cara para hacer mejoras en la sociedad, valiéndose, no del repique de sus tacones, sino de algo igual y mucho más femenino como es una vulgar cacerola para hacerse sentir. Su amor lanzado en una férrea defensa a lo mamá gallina y esa sustancia de luchadoras, las revaloriza.
¿Cómo se acerca esta mujer contemporánea al amor y a las relaciones? Con inusual desparpajo. Mujeres que “usan a los hombres” para fines determinados.  Los conquistan, atrayéndolos con sus cantos de sirenas, igual que siempre. Las de estratos más bajos, en esos programas de opinión televisivos, chocantes y embusteros, salvo muy raras excepciones, denuncian abusos cometidos por los hombres y como ellas, “las pobrecitas abnegadas”, han sido vilmente engañadas por ellos... hasta que una cámara oculta muestra la realidad de la cuaima que sin el menor cargo de conciencia, pasa el coleto con el marido machísimo o el novio, y hasta con los infelices de los hijos. ¿Cuántas veces hemos visto a esta mujer en la calle, acuñada en una falda minúscula, coqueteando con miradas violatorias, para luego denunciar iracundas el atropello?
     En los estratos más altos, van en busca del marido ideal y cuando lo encuentran, están muy conscientes de que su amor es proporcional a su posible jugosa cuenta bancaria y  si ella es la de la cuenta, no firman el “sí acepto”, si no hay bienes justamente separados; todo esto con la debida licencia de que si algo sale mal, cualquier cosa, se divorcian sin más ni más.  Ya las jovencitas no hablan de sí fulano es buena gente o viene de una gente buena, sino de cuán abultada es su cartera; convirtiendo la unión en “una negociación”, instaurando, como consecuencia, el ya conocido segundo frente.
     Todo este cinismo, las pone a la defensiva y crea tantas barreras que ha convertido a la mujer contemporánea en una miedosa del amor. Y ese amor verdadero, duradero y por el que había que luchar y aprender a mantener, se convirtió en un espejismo;  abriendo campo al homosexualismo rampante, que no es otra cosa que pegarse a lo similar para “ser comprendido, porque a fin de cuentas somos más afines”.  Esta falacia, torna la relación en tibia, porque es un incidente físico y biológico el que polos opuestos se atraen, hay chispa, conflicto  y el hecho de que uno sea pasivo y el otro sea activo, por naturaleza, lleva la pasión bermellón a límites desbordables, que con el paso del tiempo se  destiñe y se vuelve rosada, lo cual conduce a que ese amor perdure en el tiempo.
     La eterna cantaleta de las mujeres latinas, con su quejido constante de que ellos nos pagan mal, tema obligado de la telenovela común, se contradice con la oda al despecho, “el bolero,” compuesto casi exclusivamente por hombres machos latinos; a la vez que ellas se sientan a fumar mientras esperan en la oscuridad, al son de María Bonita, Perfidia, Piel Canela, Alma Mía... y muchas más. El argentino con su tango, ópera a la “madrecita santa” que ya no está y pregonero de su amargura por la mujer que lo dejó. E inclusive el gringo con su melancólica música country, divulga también a los cuatro vientos, el trago agri-dulce que son ellas y se va en lamentos por ese amor que se les fue exceptuando a una de sus más distinguidas interpretes Tammy Wynette, que latinizó a la fémina sajona con Stand by your man, proclamando exactamente lo contrario.
     Y el chiste del casado, que no es otro que el chisme popular, por medio del cual las mujeres son las que llevan los pantalones y ellos se limitan toda la vida al “sí mi amor”, al tanto que ellas despotrican de ellos porque ya no las escuchan y la vida juntos se ha convertido en un solitario a dos. Y aún en este siglo, el 21, aquellas que resuelven acabar con esta soledad acompañada y deciden divorciarse, son muchas veces lapidadas por las mismas amigas íntimas, que ven en ella “carne fresca y por tanto, semilla de tentación”.
     Quedan todavía vestigios de esa esposa abnegada que resuelve mantener el frente y hacer de tripas corazón; ésa, cuyo marido abusador y sinvergüenza sólo viene a la casa a roncar, compensándola con el “de fulano”, a costa de la sanidad sentimental y emocional de los hijos, ya que éstos son inmolados para preservar la mal llamada “unión familiar”.  No es de extrañar que algunos de estos hijos repita con exactitud lo que vivió en casa, haciendo la cadena interminable. La esposa contemporánea, no luce para nada abnegada, se hace la vista gorda y “con inteligencia” torea los cambios hormonales del marido en aras de la felicidad matrimonial, eso sí, mientras pueda seguir viajando y usando su tarjeta de crédito que lo compra todo, menos la verdadera paz y felicidad.
     Pocas son aquellas parejas que apuestan a preservar el amor y aprenden a amar, transformando al orgullo en el sacrificio sublime que conlleva perdonar y empezar de cero, borrando la ficha con absoluta fe y honestidad.
     Compensar las vertientes es un trabajo cuesta arriba y que pocas veces se logra. El empeño en balancear lo que describe Fernando Rísquez (1985) en su libro “La aproximación a la feminidad” cuando nos habla de la tesis arquetípica de Jung donde muestra a la mujer como una tríada: la madre: (Demeter), la hija o la semilla, la doncella que se convertirá prontamente en una hermosa flor, la eterna niña: (Kore) y la encantadora, la hechicera (Hécate) ―se convierte en una utopía.  La vida lo lleva a uno a escoger, dependiendo, casi siempre, del entorno.  El hombre conoce a Kore, se divertirá con Hécate, pero finalmente casa con Demeter. Pocas mujeres logran mantener vivas a esa Kore, juguetona y aniñada que ve la vida con optimismo y a Hécate, la encantadora sensual; aunque nunca dejen de ser Demeter.
     La mujer es amor, eso nos distingue, somos capaces de cometer actos supremos de valor y resistencia por lo amado y también los más variopintos actos de bajeza. Somos capaces de ir de un extremo al otro pisoteando la propia naturaleza;  mujeres aparentemente  sumisas y tranquilas, se convierten en vampiresas por el ser amado y viceversa.
La psicóloga jungiana japonesa Jean Shinoda Bolen, ahonda en esto, en su libro Las Diosas de Cada Mujer: “La mayoría de las mujeres sólo hacen suya una estrecha gama de las potencialidades femeninas. El resultado es que las “diosas” que ellas se niegan a reconocer dentro de sí se toman venganza en los sueños y otros fenómenos inconscientes, desencadenando instintos dormidos que parecen quedar fuera del control de la mujer(...) Las potencialidades representadas por los distintos arquetipos femeninos deben ser exploradas por cada mujer para entablar entre ellas una relación equilibrada. De lo contrario, sus conflictos mentales elevarán un coro de voces ruidosas e inarmónicas, como si cada diosa vociferara en defensa de su arquetipo, dispuesta a ahogar y acallar las demandas de las demás.” [1]
Ester Harding, sicóloga jungiana en su libro Gran Diosa,  nos dice que la mujer no tiene que imitar al hombre, que tiene que ser ella misma y que los modelos a seguir los puede encontrar en las diosas de la mitología. “En la imagen de la Diosa Madre las mujeres de tiempos antiguos encontraron el reflejo de su propia naturaleza femenina más profunda(...) Hoy en día el antiguo principio femenino está reafirmando su poder. Formado por el sufrimiento e infelicidad provocado por no hacer caso de los valores del Eros (la relación, el sentimiento), los hombres y mujeres se vuelven otra vez hacia la Madre Luna, aunque no por medio de un culto religioso, ni siquiera por un conocimiento de lo que hacen, sino a través de un cambio en la actitud psicológica(...), pues hoy se siente como una fuerza psicológica que surge del inconsciente y tiene poder para modelar los destinos de la humanidad.” [2]
Y la antropóloga Dunn Mascetti, se expresa en términos parecidos: “Para las mujeres contemporáneas, las Diosas ya no forman parte  de una estructura religiosa y social, sino que existen como arquetipos psicológicos. La  Diosa reside en el corazón de toda mujer. Los mitos de lo femenino son un vehículo para la comprensión de los arquetipos que actúan en nuestra sicología  y personalidad, pues ellos delinean los modelos psicológicos que nos influyen. Toda mujer siente afinidad hacia una o más Diosas, teniendo en cuenta o combinándose elementos tales como la familia, las circunstancias, las condiciones y la predisposición al cambio. Las experiencias del crecimiento físico y psicológico se registran en el inconsciente colectivo en forma de arquetipos”.[3]
     Llego a la conclusión de que ser una mujer contemporánea es bien difícil, pues todo está permitido y a la vez censurado. Los patrones establecidos se pueden romper, la libertad y la oportunidad están allí... ¿Cómo acoplar las tareas sin perderse uno en el intento? Los roles son múltiples, mas si transgredimos, al final nos lo cobran. Los retos aparecen en momentos a veces no oportunos, pero si se dejan para más tarde, pueden eclipsarse. Y si aceptamos el destino, el camino nos estresa y la angustia nos invade, ya que en el afán de cumplir a cabalidad con los deberes, algo perderemos en el ínterin...
     ¿Sofocante, no? Pero es así y no creo que va a variar, al contrario, va en aumento. Hemos logrado penetrar campos exclusivos a los hombres y esto añade a la carga —la mujer completa mantendrá sus atributos: ser madre, con todo lo que esto comprende y añadirá el peso de contribuir al hogar pues la economía mundial presiona por un salario adicional para balancear el gasto familiar. Debe prepararse como nunca para asumir esto, entrenando a los hijos y al esposo para el hecho de que el tiempo será compartido y que todos deben ser autosuficientes.  En casi todos los países desarrollados han establecido mecanismos para el manejo de situaciones como éstas, que representan la generalidad.   En nuestro país, y en la mayoría de los países subdesarrollados, la cosa se pone dura y lo que describí en el párrafo anterior se acentúa. 
      La mujer que escogía quedarse en casa y dedicarse a las tareas del hogar, y que cuando los hijos tomaban sus caminos, se encontraba vacía... esta mujer escasea. La computadora, y la red, por ejemplo, le hace un puente con el tren laboral, el cual ella transita, cuando la compleción de sus tareas se lo permite, y llegado el momento, se encuentra con que maneja una cantidad de destrezas que le permiten la adquisición de una ocupación bien remunerada. Además, en sus momentos de descanso, rara vez los usa para dormir, sino que se convierte en una ávida lectora, de sobre todo, material autodidacta en “mejoramiento personal”.  
     Las  mismas féminas, se han ocupado de compartir sus experiencias y develar secretos de cómo compaginar el sofoque antes descrito, haciendo el pase más llevadero, hasta satisfactorio y altamente lucrativo una Martha Stuart, cualquiera .
     Surgen así, “oficios técnicos”, por decirlo de alguna manera, producto de la cotidianidad y de su esencia: costureras, del remiendo diario; astrólogas y síquicas, que se derivan de la intuición inherente en la mujer, adivinadora de los padecimientos de los hijos y las angustias de los maridos, aliviándolos, sin ser profesionales de la medicina; la sicopedagoga, que surge de la lidia con el hijo rebelde; la maestra, de la tutoría sempiterna; peluqueras, cosmetólogas, decoradoras, producto de la obsesión por el cuido de la belleza; chef, ya que asumen lo rutinario y lo convierten en un arte y así, ad infinitum.
     Como ven, terminamos complicándonos la vida, y todo lo cual está ceñido a si la mujer se quiere desarrollar como ser humano, dada su inmensa capacidad física e intelectual, sin sacrificar su feminidad.
     Volviendo al principio, recuerdo a Osho, en su libro El libro de la mujer. “La mujer puede aportar una ayuda inmensa para crear una sociedad orgánica. Ella es diferente del hombre, pero a un nivel igual. Ella es tan igual a un hombre como cualquier otro hombre. Ella tiene talentos propios que son absolutamente necesarios. No es suficiente ganar dinero, no es suficiente llegar a tener éxito en el mundo, es más necesario un bello hogar, y la mujer tiene la capacidad de transformar cualquier casa en un hogar. Ella lo puede llenar de amor; ella tiene esa sensibilidad. (...) No hay necesidad  que el hombre se sienta inferior a la mujer. Toda esa idea surge porque pensáis en el hombre y en la mujer como dos especies distintas. Pertenecen a una misma humanidad y ambos tienen cualidades complementarias. Ambos se necesitan mutuamente, y sólo cuando están juntos están enteros...” 
    ¿Y entonces, qué nos espera...? pareciera desolador el panorama. ¿Podremos algún día conciliar las vertientes? Eso está en nosotras; la fórmula mágica no existe. Para mí, todo depende del individuo, de cada una de ellas, única e irrepetible, y cómo ella se plantea y asume su esencia; sin luchar con ella misma, adentrándose sin miedo, ni reservas, en la multicolor y variada existencia que conforma una mujer verdadera.

Ensayo tomado del libro a 23 manos "Opinando en Femenino de la Fundación Venezuela Positiva, Impreso por Armitano Editores, Caracas, Venezuela, 2003





[1] Tomado de Ramón Marques: Los Arquetipos
[2] Tomado de Ramón Marques: Los Arquetipos
[3] Tomado de Ramón Marques: Los Arquetipos

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